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EL DEBATE SOBRE EL CÁLCULO ECONÓMICO SOCIALISTA
La tesis de la imposibilidad del cálculo económico socialista
Toda la crítica de la economía
burguesa al socialismo se reduce en última instancia a negar que pueda existir
otra forma de cálculo económico racional que no sea el que realiza
espontáneamente el mercado a través del dinero y la formación competitiva de
precios. Más concretamente, esta crítica sostiene que en ausencia de un mercado
de factores de producción (medios de producción y fuerza de trabajo) y sin
contar con el dinero como unidad de cuenta, resulta imposible calcular costes,
comparar la eficiencia de los distintos procesos productivos y, en
consecuencia, asignar de forma óptima los recursos a los distintos fines, por
lo que la racionalidad económica desaparece, haciendo del socialismo un sistema
inherentemente ineficiente.
Esta idea, conocida en la
literatura económica como «tesis de la imposibilidad del socialismo», fue
formulada a inicios del pasado siglo y desde entonces presenta dos vertientes
que, en buena medida, se han desarrollado en paralelo:
i) Imposibilidad práctica.
Aunque existen diversos antecedentes, el debate sobre la posibilidad del
cálculo económico en una economía socialista arranca formalmente en 1908 con el
artículo de Enrico
Barone «El
ministro de la producción en un Estado colectivista» (Barone 1998).
Desde el marco de la teoría walrasiana del equilibrio general, este autor
consideraba que los precios constituyen la solución a un sistema de ecuaciones
simultáneas que pueden obtenerse bien de forma espontánea en el mercado o bien
por una agencia de planificación en una economía socializada. En la base de
esta interpretación está el reconocimiento de similitud formal entre los dos
sistemas que, desde un punto de vista estrictamente teórico, haría posible el
cálculo económico en el socialismo. Sin embargo, Barone entendía
que ese cálculo sería imposible en la práctica dada la ingente cantidad de
información que debería recabar la autoridad central, así como la complejidad
de las operaciones necesarias para llevarlo a cabo. El socialismo sería
lógicamente posible (pues no habría ningún impedimento formal, de consistencia
lógica, para que funcione) pero en la práctica irrealizable.
ii) Imposibilidad teórica. La
otra vertiente, iniciada en los años 20 del pasado siglo, basada en la teoría
subjetiva del valor y ligada a la «escuela austriaca» de Mises y Hayek (Mises 1949,
y Hayek 1997), destacaba la imposibilidad de estimar costes y, en consecuencia,
de determinar las combinaciones productivas más eficientes en ausencia de un
mecanismo de precios y de una verdadera unidad de cuenta alternativa al dinero
(descartaban el trabajo por su heterogeneidad y también el cálculo en especie,
como propuso Otto
Neurath en 1919 a partir de la experiencia de las
economías de guerra). De este modo, la imposibilidad del socialismo sería no
solo práctica, por insuficiencia técnica para llevar a cabo los cálculos
necesarios para estimar el valor de los distintos bienes y servicios, sino
también de inconsistencia lógica o teórica, debido a la ausencia del mecanismo
de precios. Es esta perspectiva la que, finalmente, ha acabado por asumirse en
la literatura económica convencional, y también para el público general
(popularizada por el oligopolio mediático), como «tesis de la imposibilidad del
cálculo económico en el socialismo».
La crítica neoclásica basada en
la teoría del equilibrio general tendría, por lo tanto, un carácter
eminentemente «técnico», de carácter computacional, centrada en señalar el
insuficiente desarrollo científico-técnico existente para resolver los enormes
problemas de cálculo en una economía compleja socializada, mientras la crítica
austriaca tendría un carácter más «económico», destacando que solo el mercado
(cuya base es la propiedad privada de los medios de producción) genera el tipo
de información necesaria para el cálculo económico racional. El resultado
inevitable sería, en cualquier caso, que la única forma de contabilidad
económica racional posible es la que proporciona espontáneamente el mercado. En
ausencia de precios de mercado, una economía planificada sería incapaz de
calcular costes y de asignar recursos de un modo eficiente.